El gobierno de Allende fue antes que nada la expresión de valores humanistas
Intervención de Gladys Marín, Secretaria General del Partido Comunista de Chile, en el Acto Inaugural – realizado en el Edificio Diego Portales de Chile, el 21 de julio de 1995 – del Seminario Internacional “A 25 años de la Unidad Popular”, organizado por el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz.
Es necesario preguntarnos ¿qué nos reúne en este Seminario Internacional y para qué? ¿Nos reúne el recuerdo, el análisis, las críticas, el homenaje a los 25 años del Gobierno Popular?
Para mí, es todo eso y mucho más.
La experiencia de la Unidad Popular es parte del sueño infinito por la justicia y la igualdad entre los seres humanos. Es uno de los tantos gestos heroicos en pos de la felicidad humana, y que tendrán que repetirse una y mil veces.
Si damos esa dimensión a lo que fuera la conquista del Gobierno Popular que encabezó Salvador Allende y sus mil días de revolución, jamás lo veremos sólo en el color de la derrota y del sufrimiento, sino en la dimensión de aquellos que se sumaron al intento milenario y heroico por construir una nueva humanidad.
Y una empresa así siempre será un avance y una victoria. De los que se atreven, de los que miran el horizonte, de los que intentan lo que parece imposible.
Así, quiero saludar este Seminario Internacional con la confianza y optimismo histórico de quienes desde la perspectiva comunista y, no puedo dejar de decirlo, desde la perspectiva juvenil, vivimos la experiencia magnífica del gobierno de la Unidad Popular.
Y es deber de todas las fuerzas progresistas, de todos los que piensan y no viven embotados o atrapados por el exitismo neoliberal, incorporar a la memoria activa del pueblo esta histórica experiencia. Porque ella nos enseña para lo que hoy sucede y para lo que vendrá. El conocimiento de ese período sin duda contribuye a despejar neblinas y fantasmas; cobardías y traiciones, y a la movilización y lucha del pueblo.
La reflexión crítica, extraer conclusiones teóricas y prácticas de los errores y aciertos, sus fallas y sus méritos, será siempre un aporte insustituible para continuar construyendo una alternativa liberadora.
Y por algo más imperioso aún: las transformaciones democráticas y estructurales que abordó el gobierno de Allende están pendientes y son urgentes.
El mundo ha cambiado, ¡qué duda cabe!, pero los cambios de fondo, de una justa distribución de la riqueza y de una efectiva y real democracia, de una democracia de todos y para todos, siguen pendientes.
El gobierno de Allende fue la suma de muchas cosas, pero quiero decir que fue antes que nada la expresión de valores humanistas, revolucionarios sueños, de esperanzas. De valores colectivos, de consecuencia y de lealtad.
La noche del 4 de septiembre de 1970, desde los balcones de la Federación de Estudiantes, Allende dijo:
“Con profunda emoción les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes amplificadores… “ “Juntos, con el esfuerzo de ustedes, vamos a realizar los cambios que Chile necesita, vamos a hacer un gobierno revolucionario” … “A la lealtad de ustedes responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero Presidente”.
Y en sus últimas palabras que dirigió al pueblo de Chile, Allende dijo:
“Colocado en un trance histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Superarán otros hombres este momento gris y amargo. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano”.
La lealtad con el pueblo fue siempre lo determinante en la actuación de Salvador Allende.
Hoy, bajo el embate ideológico y cultural del neoliberalismo, que sólo pretende crear derrotismo, apatía, escepticismo, desinterés por lo colectivo; y que desde los gobiernos y parlamentos se hace el doble discurso, aquel que se promete en las elecciones y del cual luego se reniega; y que la consecuencia, la lealtad, la forma sencilla de hacer política son casi desconocidas; hoy estos valores deben volver a instalarse en la política y en la sociedad.
De ese gobierno, que es el gobierno más democrático que ha existido en la historia de Chile, quedó particularmente para decenas de miles de jóvenes, más que muchas teorías, un profundo respeto por la clase obrera, por los trabajadores, por su capacidad de dirección, su dignidad, al verlos en cargos de ministros, directores de servicios, como gerentes de empresas y minas. Con ellos codo a codo hicimos realidad las nobles jornadas de Trabajo Voluntario, de reparto de alimentos, de lucha contra el sabotaje, vivimos la alegría de los murales, del canto, del medio litro de leche para los niños, vivimos la desbordante participación y la dignidad de los iguales. El gobierno de Allende fue la empresa más democrática, más noble, más limpia.
Neruda incita al nixonicidio
Como es sabido, la intervención extranjera –vale decir del gobierno de los EE.UU.- se desarrolló en todos los planos. Para dificultar primero el avance de las fuerzas populares; después, para impedir que Allende asumiera como Presidente, y luego para desestabilizar al gobierno y llegar al sangriento golpe de Estado.
Está al respecto el Informe del Senado de los EE.UU., que muestra la acción de la CIA y la participación del Consejo Nacional de Seguridad de los EE.UU., bajo la dirección de Kissinger y con la aprobación directa del presidente Nixon.
La descarada, millonaria intervención imperialista abrazada con la reacción interna, fue el elemento decisivo para poner en marcha el golpe fascista.
EE.UU. no podía aceptar el triunfo y el éxito del Gobierno Popular, que había llegado al poder a través de una vía no armada, usando la legalidad existente. Hubo un interés estratégico de que este ejemplo no se extendiera a América Latina, Europa y otros continentes.
Más que ningún análisis o tratado, yo me permitiría recomendar a propósito de esta intervención el pequeño y certero libro de Neruda “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”, escrito en enero de 1973 en Isla Negra. En él lleno de dolor e indignación, señala en la introducción:
“No tengo remedio; contra los enemigos de mi pueblo mi canción es ofensiva y dura como piedra araucana”.
Las fuerzas capitalistas más reaccionarias intentaron el golpe antes que asumiera Allende. El primer intento llevó al asesinato vil del General René Schneider, al cual siguió una sucesión de otras intentonas.
Del 5.4 en 1952 al triunfo de 1970
¿Era inevitable el triunfo de la contrarrevolución y la consecuente derrota del Gobierno Popular?
No lo era, Lo que lo hizo inevitable fueron los errores, los vacíos, la falta de previsión del gobierno y de la Unidad Popular.
No se decidió ni teóricamente ni prácticamente lo decisivo: el problema del poder, y la defensa del proceso revolucionario.
A propósito de esta interrogante, quiero detenerme en afirmaciones que se han puesto muy en boga en sectores que, habiendo sido parte de la experiencia, hoy afirman su renovación en la negación de la validez del gobierno de la Unidad Popular.
Lo divertido, lo trágico e indignante, es cuando afirmaciones como éstas vienen de quienes actuaban en esos tiempos como súper revolucionarios y acusaban al gobierno de Allende de reformista, y hoy las hacen desde cómodas posiciones derechistas, u oficiando de presidentes de empresas transnacionales. Algunos han sacado la conclusión de que el gobierno de Allende era inviable y estaba destinado al fracaso, que los problemas que generaban los cambios estructurales llevados adelante eran imposibles de resolver. Todo esto, afirmado en que el gobierno sólo contaba con una mayoría relativa.
Si bien la coalición de partidos de izquierda triunfó en las elecciones presidenciales con el 36,3 %, representaba un sólido movimiento social y político que se desarrollo en medio de grandes luchas.
El movimiento de izquierda estaba íntimamente vinculado con el desarrollo del movimiento social, particularmente con la organización de los trabajadores. Y él mismo, fue expresión de la necesidad de las clases más pobres y excluidas de contar con un instrumento político superior, y de la conciencia que sus demandas sociales sólo podrían ser satisfechas conquistando el gobierno del país.
La Unidad Popular no fue el mero acuerdo electoral de unas cuantas directivas partidarias, sino que expresaba una tendencia profunda en la sociedad chilena, que se expresaba también en el comportamiento ascendente de las fuerzas que apoyaron a Allende desde 1952 a 1970.
1952 1958 1964 1970
Allende 5,4 % Allende 28,5% Allende 38,6% Allende 36,3%
Ibáñez 46,5 Alessandri 31,2 Durán 5,0 Alessandri 34,9
Matte 27,8 Frei 20,5 Frei 55,7 Tomic 27,8
Este comportamiento electoral estaba en correspondencia con el desarrollo global de las fuerzas interesadas en el cambio.
La Unidad Popular coincide con otros sectores progresistas que desde experiencias diversas llegaban a la misma conclusión: la necesidad de provocar cambios profundos en la sociedad.
La nacionalización de nuestros recursos naturales: el cobre el hierro, el salitre; la Reforma Agraria, la liquidación de los monopolios industriales y del capital financiero, por nombrar las más determinantes, no sólo eran demandas “ideológicas” de la izquierda, sino urgencias propias del estado de desarrollo de nuestra economía.
Se afirma que el fraccionamiento en tres tercios del electorado, no daba fuerza para producir cambios tan profundos como los hechos por el Gobierno Popular, y se deduce por tanto que la viabilidad de todo proceso político estriba en la capacidad de contar con una mayoría absoluta de fuerzas y por el grado de consenso que los proyectos ganen en la sociedad.
Más honesto parecería que se dijera que es preferible renunciar a cambiar las cosas, a verse enfrentados a las complejidades que ello involucra.
Los éxitos económicos de la UP y su avance electoral
Al revés de lo que se quiere imponer como verdad, el gobierno de la Unidad Popular tuvo grandes éxitos económicos, como lo estableces estudios del Banco Mundial, y se elevaron extraordinariamente las condiciones de vida de la población. Ello se tradujo en el inmenso apoyo popular y en un crecimiento electoral. Si consideramos los parámetros electorales de 1970 y 1973, la Unidad Popular, en medio de una aguda lucha, de sabotajes, atentados, boicots, etc., logró incrementar más de un tercio su apoyo de masas. Este era la adhesión y el éxito que el imperialismo y la reacción interna no podían tolerar.
1970 1971 1973
Votación de la UP 36,3% 50,1% 46%
Por lo demás, Allende al ser ratificado por el Parlamento convirtió la mayoría relativa en una mayoría absoluta. O sea, se creó en ese decisivo momento una correlación de fuerzas favorable a favor de la Unidad Popular, asunto que es más complejo y rico que el sinónimo de mayoría.
Uno puede preguntarse: ¿cuál sería una base sustentable para un proyecto de cambios? Si la respuesta es que ello involucra un consenso global de la sociedad, implica que se nos está diciendo que no hay proyecto transformador posible.
¿Qué habría ocurrido en 1818 si los Padres de la Patria hubieran actuado bajo estas premisas?
Dogmas y consensos
La mentada tesis, tan en boga hoy por hoy, supone un hecho que la historia se ha encargado de derrumbar cuantas veces ha sido necesario: que en las sociedades no hay intereses antagónicos, no hay lucha de clases, no hay conflictos sociales, no hay contradicciones, y por ende no hay necesidad de cambios y rupturas.
Precisamente la izquierda tiene la amarga experiencia del modelo de socialismo construido en el Este de Europa, que dio por eliminadas las contradicciones. Esa dogmatización se vino al suelo. Los actuales dogmas del consenso social, de los proyectos país, no son otra cosa que una reiteración de ese mismo yerro.
Es falso que el gobierno de la Unidad Popular no contara con una mayoría para llevar adelante los cambios. Los problemas eran otros.
La experiencia de la Unidad Popular demuestra que ella fue conquistando una mayoría nacional, pero que ésta no bastaba si no iba acompañada de otros factores de poder.
La experiencia reciente de Chile es una demostración de la falsedad de los planteamientos del consenso social o nacional, y que los sucesos relacionados en el caso Letelier han puesto prácticamente de relieve. ¿De qué le sirve a la Concertación obtener más del cincuenta por ciento de los votos, llegar a “consensos” nacionales con la derecha, si no tiene la capacidad para ejercer el poder real, y debe conformarse con arreglos posibles y seguir dentro de las reglas impuestas por la dictadura?
Si bien el 4 de septiembre de 1970 se conquistó la Presidencia de la República, ésta era sólo una parte del poder, pero éste no era el poder real. Se necesitaba de un nuevo Estado, de la democratización profunda del Poder Judicial y del Poder Legislativo, Contraloría y sus pilares fundamentales, las FF.AA. y los medios de comunicación de masas.
El triunfo de Allende, el camino al poder, se realizó en los marcos del viejo sistema estatal. Se trataba de usar y ampliar ese marco, pero al mismo tiempo resolver el nexo dialéctico de negación, de su transformación democrática para alcanzar la plenitud del poder.
Durante el período 1970-1973 se provocó al interior del Estado una profunda y violenta lucha, producto del enfrentamiento de fuerzas que pugnaban en sentido contradictorio: aquellas que se oponían a las transformaciones revolucionarias, albergadas en determinadas instituciones del Estado, y las fuerzas populares que impulsaban el proceso de democratización radical de las estructuras socio-económicas del país.
Este enfrentamiento de fuerzas al interior del Estado, sólo se podía resolver a favor del movimiento popular con la irrupción de una fuerza nueva: la más profunda, activa participación del pueblo, constituida en poder en sí misma, o sea poder directo, basado en la iniciativa desde abajo, que sobrepasara el marco del viejo Estado. Un poder popular no alternativo al gobierno, sino que combinara su propia actividad estatal en el gobierno con la directa presión sobre los poderes estatales que se negaban a dar paso a los cambios.
Es cierto que en los tres años de gobierno de Salvador Allende se constituyeron diversas y ricas formas de participación. Sin embargo, no se asumió el significado estratégico que tenía para la decisión del conflicto.
El acceso legal al poder, está demostrado, la Unidad Popular lo hizo. No es un camino inhabilitado para las fuerzas populares. En determinadas circunstancias puede ser el más propicio. Ese no es el problema fundamental.
Lo que nos faltó en el problema del poder
La esencia de un proceso de cambios profundos se juega no sólo en la capacidad de capturar determinados niveles de poder del Estado, gobierno, parlamento. El movimiento popular debe desarrollar la capacidad de incorporar instituciones nuevas, frescas, a la lucha, instituciones de poder exógenas al Estado, pero que pueden constituirse en formas de poder real.
El problema radicaba en que no teníamos una concepción acabada sobre el tema del poder. Faltó una elaboración más completa respecto de cómo avanzar en la transformación del Estado y la conquista del poder real. Y eso fue decisivo.
Lo mismo podemos señalar en relación a la defensa del gobierno democrático. Ante los embates de la reacción, teníamos el derecho y la obligación de organizar la defensa del gobierno en todos los terrenos.
Sólo se puede defender lo alcanzado si estamos preparados para ello. En los pronunciamientos de los partidos de la Unidad Popular, hubo mucha frase acerca del compromiso y disposición a defender el gobierno. Algunas muy encendidas y demagógicas.
La disposición moral en los trabajadores y en la juventud era muy grande. No es casual la defensa que se intentó en diversas industrias y la permanencia de los estudiantes, profesores y funcionarios, ese mismo 11 en la Universidad Técnica del Estado.
Sin embargo, ningún partido puso del problema de la defensa seriamente en el centro de las decisiones.
El pacto del centro con Pinochet y la derecha
Es preciso considerar que el golpe militar de septiembre de 1973 fue de naturaleza más profunda que otras experiencias latinoamericanas.
Significó la irrupción a sangre y fuego de una experiencia de cambios estructurales profundos, caracterizada por la conquista del gobierno a través de una vía legal, electoral.
La dictadura militar implicó la derrota de este intento revolucionario, pero también la destrucción de todo el proceso democrático realizado en los últimos 3 decenios.
La dictadura fue la expresión terrorista de las clases dominantes, que se dieron la tarea de refundar un nuevo sistema político que eliminara los “peligros” del anterior.
Como se sabe, ante el embate de la lucha del pueblo, y para evitar una salida más radical, sectores del centro político pactaron con Pinochet y la derecha. El precio de esa salida mediatizada fue aceptar la institucionalidad y el sistema impuesto por la tiranía. A ello se le llamó “transición a la democracia”.
El sistema político actual no puede ser calificado de democrático, ni aún en sus expresiones más clásicas y universales.
Al escarbar las cifras económicas surge aquella realidad que se oculta detrás del triunfalismo oficialista.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la distribución de la renta nacional es la segunda más desigual en América Latina, después de Brasil, y más desigual que los países de Asia. La participación de los salarios y sueldos sigue estando muy por debajo de lo que alcanzaron durante el gobierno de la Unidad Popular. En 1972 llegaba al 52,2% y en 1993 el 39,1%.
Por otra parte, de acuerdo a los estudios del Banco Mundial, la distribución de la renta manifiesta brutales desigualdades: el 20% más rico recibe el 60,4%, mientras que el 20% más pobre solo recibe el 3,3%; el 29,7% restante se reparte entre el 60% de la población.
A una nueva fase de desarrollo capitalista le corresponde también su particular modelo de Estado, de marco jurídico y de instituciones políticas. Si el neoliberalismo no es otra cosa que la transferencia a un puñado de magnates de los principales resortes del poder económico y de las riquezas del país, consecuentemente, para su sistema político la soberanía popular sobra. Sobra el ciudadano, el ser humano con deberes y derechos y la política adquiere las formas más añejas y conservadoras: la política de elites, de grupos, lejos de la participación y conocimiento del pueblo.
La estrategia de la Revolución Democrática
La experiencia chilena nos muestra que las banderas de la democracia tienen un contenido permanente y revolucionario.
Justamente, al constatar que en Chile no existe una auténtica democracia y que ello no sólo es fruto de una transición frustrada, sino el modelo de dominación política que se nos quiere imponer, es que el Partido Comunista de Chile ha elabora su estrategia para los próximos años bajo el título de Revolución Democrática. Creemos que toda revolución social será necesariamente una ruptura con el actual orden antidemocrático y que la lucha coherente por la democracia tiene contenido revolucionario y en esa dialéctica se escribirán los próximos capítulos en la aspiración y lucha por el socialismo.
A 22 años del golpe fascista los problemas siguen pendientes. No hay Verdad, no hay Justicia. Los mismos responsables del golpe, de la dictadura más brutal, del holocausto en Chile están en el Parlamento, en los órganos de poder del Estado y el dictador al frente del Ejército.
Hay que enfrentarse a esto, desenmascarar la farsa y reconstruir la izquierda, incorporar a todos los elementos democráticos, disconformes, que no aceptan la continuación de la dictadura. ¡Se necesita la unidad de todos los que están por los cambios!
En el surco de este proceso estará la herencia del gobierno de la Unidad Popular, el ejemplo y el pensamiento de Salvador Allende y la gesta de los trabajadores, de los más humildes, de la juventud, de las mujeres, hombres, que con genialidades y errores, con méritos y fracasos pero con audacia histórica, consecuencia y lealtad se dieron a la tarea de que el pueblo entrara a La Moneda ya no a pedir audiencia, sino a instalarse como gobernante.
Y ésa es la gran herencia: los trabajadores deben llegar al poder.
La izquierda chilena, la que estamos reconstruyendo, nos obliga a no perder de vista el curso de la historia, a comprendernos como continuidad de la gesta libertaria de la humanidad y desde esas alturas empinarnos hacia el futuro.
No es poco lo que nos dejó como tarea Salvador Allende y sus mil días de revolución.